viernes, 23 de mayo de 2014

Gracias

Gracias. Por todo y por nada. Por todos los días y por ninguno en concreto. Por ser, y estar.
A veces, hay que decir adiós para quedarte. Gracias. Por llevarme a ese lugar, por romper las barreras, por derribar los muros, aunque acabaras levantando algún otro.

Llegaste en pleno enero, desafiando el frío, trayendo arrastras la pobre primavera.
En algún momento debí perder la razón, pues las oscuras nubes desaparecieron y solo me quedaba una tarde de jueves y la imagen de esa botellita de cristal en el mar, lejos. Supongo que ellas iban dentro. Hasta nunca, por siempre.

Acostumbrada a páginas gastadas llegaste con un libro en blanco, ingenuo, genial.
El olor del papel evidenciaba esas locuras de las que salimos y en las que entramos con exceso y sin reparo.

Recuerdo una luz, y el dibujo de una sonrisa taquicárdica, tu aliento desdibujando algún cuerpo que espero fuera el mío y sentirme extrañamente perdida por un momento, esperando los subtítulos.
Puede que me cogieras la mano y me mirases como se mira cuando se quiere decir todo sin palabras. Puede que incluso ese viejo truco funcionara y que nos echáramos a reír de la gente que cree en esas tonterías. Aunque también puede que no dijeras absolutamente nada.

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