Hoy te vi. Estabas lejos, caminabas, creo que ni siquiera
tocabas el suelo. Flotabas, y el aire era demasiado tímido para retar tu prisa.
La vida entera me despeinaba, y no era consciente del Sol,
ya no existía la dulce brisa.
Sonreías y la mera existencia del mundo se me antojaba
extraña, dudosa, errante.
¿Por qué iba a existir algo más, un espacio y un tiempo,
que no fueran éstos?
Encontré lo que algunos llamaban vida, más allá de lo correcto, de lo esperado, al fondo a la derecha.
Y lo bonito, siempre distinto, siempre más complicado quizás por el miedo de las propias cosas a que las olvidemos.
Y lo bonito, siempre distinto, siempre más complicado quizás por el miedo de las propias cosas a que las olvidemos.
No importa el nombre que les pongas, ni siquiera quien las susurre, siempre son palabras robadas de desordenados cajones. Hasta que un día, tras cerrar la puerta, caes en te las has dejado en casa.
Pero no pasa nada, incluso lo imagino. El aire nos lleva, envía nuestro amor a través
de las ciudades, y hace que la gente alce la cabeza y se pregunte sobre
nosotros.
Pero ya no les necesitamos, tenemos a las nubes. Tenemos lo
que el viento nos hizo ser, lo que la vida ya no espera de nosotros. Coger carrerilla y huir hacia el Sol, y cuando lleguemos cerrar los ojos. Sentir el
dolor, la luz que quema, y tu piel.
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